La Navidad es una fiesta estresante, sobre todo cuando eres madre de familia. Se espera de ti que les prepares mucha comida, que pongas bonita la casa, que compres regalos para todos, que sonrías mucho. ¡Eso es estresante!
Yo el año pasado me eché a llorar sobre el pavo. No podría más. Enfrente tenía a mi cuñada con cara de anciana. Mi suegra presidía la mesa víctima de sus demencias. Mi marido tenía sus canas pegadas al cráneo con una gomina que había comprado en los chinos. Mis hijas se me habían hecho dieciocheras y estaban mirando sus relojes inteligentes ansiosas por marchar de aquella mesa familiar.
Yo tenía que llorar y lloré. Lloré mucho. No había pañuelo que parara tantas lágrimas. Las servilletas de colorines acabaron machadas de maquillaje, también comprado en los chinos. Fue un momento dramático que nadie va a olvidar.
Este año estoy intentando evitar el mismo drama. Por eso me he comprado un vestido-jersey con motivos navideños. Es igualito a los jerseys de navidad, gorditos, pero tan largo que me tapa el trasero.
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Merecéis, amigas mías, amas de casa todas, mujeres multifunción, tener unas Navidades cómodas. Yo iré con este vestido, descalza y con la melena al viento de la calefacción de bombona de gas butano.
Os quiero.
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