En treinta años pasan muchas cosas y nos volvemos todos viejos o dejamos de ser jóvenes, que viene a ser lo mismo. Lo compruebas en la fotografía de familia conmemorativa del 23-F, día que este año se recordó a lo grande con una comida en el Congreso de los Diputados, muchos discursos y parabienes.
Todos somos buenos. Por un día nuestros políticos se olvidaron de la pelea diaria en la sala de los escaños y se abrazaron con palabras llenas de recuerdo y de consenso. No faltó el Rey a la cita, más viejo que el Juan Carlos que pasó una noche sin dormir a ver si podía hacer algo por España y por una Monarquía que no acababa de ser aceptada por unos españoles que habían olvidado las cabezas coronadas tras más de cuarenta años sin glamour monárquico. No estuvo el Príncipe en los festejos del 23-F. Su futuro es más impredecible que el resultado del golpe de Estado de Tejero. ¿Reinarán Felipe y Letizia? ¡Quién sabe! Todo es posible. Hasta que los países islámicos nos contagien sus revoluciones y nos echemos todos a las plazas de las ciudades pidiendo destituciones de los que viven a lo grande mientras nuestro Estado del Bienestar se recorta.
La fiesta del treinta aniversario del 23-F me pareció absurda. No tocaba. El pasado me trae sin cuidado. Lo que me importa es ese futuro sin pensiones que se nos avecina. Del futuro negro no dijeron nada. No tocaba para ellos. Los políticos de este país viven más de los acontecimientos del pasado que de las realidades del presente. En el pasado Tejero amenazaba la libertad. En el presente Zapatero amenaza las pensiones y otros derechos sociales mientras Rajoy disfruta los buenos resultados del PP en las encuestas.
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